Foto: Revista Caretas
Era imposible diferenciar la sala del taller. Lienzos de distinto tamaño se apoyaban sobre las paredes, y lo que de ellas quedaba libre había sido cubierto con decenas de fotografías y recortes. Emilio Rodríguez-Larraín (1928-2015) parecía querer tener todo cerca, todo a la mano. Fue hace casi diez años que lo visité en su casa, en noviembre del 2006, cuando se anunció que era el ganador de de la XIV Bienal de Pintura Teknoquímica. Durante la conversación se rió todo el tiempo, rematando sus chistes con lisuras. Demostró su buen porte, también, incorporándose para mostrar algunas de las fotos que solo él, por su altura, podía alcanzar. Tenía un retrato donde aparecía con Julio Ramón Ribeyro; otro donde sonreía junto a Marcel Duchamp. Tenía también el recorte de una cita de Rafael Alberti: “Yo no me considero un viejo, por muchos años que tenga. En mi interior sigo siendo un muchacho; de ahí que me resulte difícil aceptar que todo se acabe. Cuando se tiene una constante actividad, inquietudes, amor, interés por todo lo que te rodea, no se puede ser un viejo”. Eran palabras que el artista peruano buscaba con la mirada, de vez en cuando, al recorrer su propia casa. Eran palabras que le hacían justicia.
A continuación, un extracto de la entrevista con Emilio Rodríguez-Larraín, de noviembre del 2006 (la versión original fue publicada en la Revista Caretas).
- Después de haber vivido en diferentes países por más de 40 años, volvió al Perú en 1999. ¿Qué le parece el medio local?
- Aquí comprar arte es un asunto social, no un verdadero interés. Yo soy de una familia conocida y por eso he tenido más oportunidades. Aquí, en el fondo, la plástica no significa nada. Aparte de dos o tres artistas conocidos, nada les importa.
- ¿Qué piensa de la polémica que se desató alrededor del Museo de Arte Contemporáneo?
- Yo soy amigo de Fernando De Szyszlo, pero mejor que le pongan San Martín o Jesucristo al museo. Todos son chupamedias en este país de... ¿puedo decir mierda? ¡De mierda! Pero De Szyszlo declinó al final, felizmente.
- ¿El reconocimiento lo ha preocupado alguna vez?
- En absoluto. Muchas veces uno tiene la ventaja de vender por sus contactos, y yo soy muy claro en eso. Por eso, no es importante que te conozcan o no.
- Nunca repetirse parece ser la consigna de su trabajo. ¿La repetición es una tara del arte actual?
- Sí. Lo que gusta a los compradores se hace una y otra vez. Se deja de lado la búsqueda, la exploración continua.
- ¿Cuán importante es el azar en su obra?
- Tanto como en mi vida misma. La técnica la aprendes con el tiempo. Es más, la vas inventando. Pero yo prefiero el azar dirigido en mi obra: muchas veces tiro las telas en el patio y arrojo ahí trementina, agua o hasta vino, y voy trabajando las manchas y el curso del cuadro. Pero el vino no lo utilizo mucho. Prefiero tomármelo...
- De Szyszlo, por ejemplo, admite que para él la pintura ha sido siempre una derrota. ¿Qué ha sido la pintura para usted?
- Una alegría gigantesca de poder adorar la tela; usar en ella toda mi energía, lo que sé, lo que he visto. Todo mi amor.