Vaçide colecciona juguetes. Sobre todo antiguos. Tiene decenas de ellos exhibidos en el comedor de su departamento. La altura de sus estantes más bajos ya no puede proteger la colección de la curiosidad y las manos de sus hijos menores, así que buena parte de sus piezas las tiene guardadas. Pero ha querido que algunas de ellas –que muchas, en realidad- sean parte del espíritu de su casa. Aunque eso signifique que puedan maltratarse un poco durante algún préstamo de Sena, de 4 años, y Lorenzo, de 3. Pensándolo bien, es especial que aún se necesiten para lo que fueron creados, para un juego de niños.

Estos no son los únicos juguetes especiales que Vaçide Erda Zimic ha dado a sus hijos. Cuando Mara, que ahora tiene 11 años, era pequeña, Vaçide ya había dejado la carrera de Pintura y estaba explorando con el diseño en trupán: pegaba capas de papel seda una sobre otra para hacer individuales, azafates y portavasos. Usando esta técnica, hizo para Mara un tablero de ajedrez, uno de ludo y un michi. Cuando Sena y Lorenzo nacieron, su curiosidad creativa y las ganas de que reciban otro tipo de estímulos la llevaron a preparar una serie de juguetes de onda retro y en materiales reciclados que ahora vende en tiendas como Dédalo y Ice Bear. Fue por ellos que los juguetes se sumaron a los productos que crea en su taller. Y en casa, los juegos de Sena y Lorenzo tienen las formas y texturas de la creatividad de su madre.

Crear jugando

Marina Zimic, peruana, conoció a su Süheyl Erda, turco, cuando estudiaba en Londres. Pese a la oposición del abuelo Zimic, Marina se casó en Inglaterra y se fue a vivir con su esposo a Estambul. Luego de un tiempo, la familia peruana les convenció de probar suerte acá. Los Erda Zimic viajaron a Perú, estuvieron poco tiempo en Lima, y luego se mudaron a la selva. Tres años después del nacimiento de Vaçide, sus padres se separaron: ella volvió a la casa de los abuelos en Lima, y Süheyl se quedó en la selva.

Muchos años después, cuando Vaçide se separó del padre de Mara, volvió a esa misma casa. Cerró su taller y negocio de trupán, decidió empezar de nuevo cada aspecto de su vida. Redescubrió la máquina de coser de su abuela. Y también el taller de carpintería que su abuelo había montado en el sótano de la casa. “Cuando era chica la casa estaba llena de mujeres: éramos mi mamá, sus tres hermanas, mi abuela y yo. Nos comprábamos telas y la costurera venía y se pasaba todo el día con nosotras”, recuerda Vaçide. “Por eso me sentí más a gusto cosiendo y bordando. Fue entonces que empecé con las carteras y los collares”, explica la diseñadora. Descubrió el fieltro y el tapizón porque se parecen al trupán en su contextura, y le permiten cortar, pegar y armar estructuras.

Cuando empezó a hacer juguetes, pensó en aquellos con los que quería que sus hijos jueguen. Creó bloques de madera reciclada basándose en un juego de construcción de su niñez, que recordaba de sus libros del colegio. Pequeños muebles de madera, para que puedan jugar al té, y cunas para sus muñecas. Animales, frutas y vegetales de tela y tocuyo.

Cuarto de juegos

Podría decirse que los juguetes también han generado otras apariciones en su obra. El 2013 inauguró La Cena, exposición en Dédalo que giraba en torno a una mesa donde los platos habían sido hechos en fieltro y tela, y donde los comensales eran seis imponentes muñecas de tamaño natural. Mara ayudó a Vaçide a bordar los trajes de las muñecas gigantes. No es la primera vez que su hija mayor la ayuda: años atrás, Vaçide se quedó fascinada con unos retratos de personas y aves que Mara había pintado sobre retazos de tocuyo. Ella los repitió por su lado, convirtiéndolos luego en una pequeña y delicada serie de cojines decorativos. “Me copié de mi hija”, afirma con orgullo Vaçide. Los dibujos originales hechos por Mara cuelgan en la pared principal de la sala. Y en el pasadizo que conduce a las habitaciones del departamento miraflorino, un gran cuadro firmado por Mara da color a la pared, y revela su colorido talento expresivo, bien heredado.

Entre los juguetes antiguos que Vaçide ha dejado a la vista en su comedor, se encuentran tres réplicas: el original es un soldado de madera que su padre hizo en el torno del taller del abuelo, durante el breve periodo en que sus padres vivieron en Lima antes de irse a la selva. Vaçide rescató ese único juguete hecho por su padre. Aunque no ha tenido una relación cercana ni fluida a lo largo de los años con su él, recuerda con una sonrisa lo que alguna vez le contó: Süheyl y Vaçide son los nombres de dos estrellas que solo pueden verse en el cielo de Estambul.

Aunque su taller está en Surquillo, su oficina está en su casa. Es una habitación atiborrada de retazos de material, con vista a la terraza. Es ahí donde Vaçide ubica a sus hijos menores mientras ella trabaja: les da un caballete, pinturas, papeles y juguetes. Así los puede ver de cerca, siempre. Mientras se deja inspirar por ellos.


*Una versión de esta nota fue publicada en la Revista PADRES de noviembre.

Foto: Vaçide Erda Zimic