FOTO: Bernardo Sambra.


Cuando tenía siete años, su abuelo le regaló una revista National Geographic sobre tiburones. Así empezó la relación de Bernardo Sambra con el mundo submarino: con ilusión por descubrir lo desconocido. Cuando cumplió once años se metió al mar de la Costa Verde para bucear solo, a pulmón, por primera vez. Y fue aquella misma vez en que, al emerger, se dio de cara contra una malagua gigante: “Acabé en la clínica. Y empecé a sentir miedo de ser atacado bajo el agua”, recuerda ahora Sambra. Dejó de lado su sueño infantil, y no intentó bucear durante años.

En la siguiente década conoció a un pescador artesanal que le enseñó a bucear con arpón. Al sentir que el arma le daba poder y seguridad, regresó al mar. Así lo conoció Valerie, quien hoy es su esposa. “Ella me hizo ver que iba por el camino equivocado llevando el arpón, lastimando animales, si lo que quería era conocer el mar”, confiesa Bernardo. Fue por Valerie que decidió soltar el arpón y aprender a bucear con tanque. Eso le permitió maravillarse con la riqueza que encontraba bajo la superficie. Estaba tan entusiasmado que construyó un acuario gigante de 500 litros de agua salada, y ahí volcaba bichos que traía consigo de sus incursiones: lenguados, pulpitos, coral, anémona. Pero en una ocasión metió un pez infectado: en cuestión de días, todo en el acuario había muerto. Bernardo se sintió muy mal. Era la segunda vez que su interferencia con el mar tenía resultados fatales. Decidió, esta vez sí, no volver a bucear.

Mantuvo su promesa hasta que recibió un regalo que, en sus palabras, “cambió su vida”: una cámara fotográfica submarina.

El hombre suele colocarse en una postura contraria a la naturaleza, como si tuviese siempre que dominarla y no simplemente ser parte de ella. Los primeros acercamientos de Bernardo Sambra al mar fueron desde una postura muy humana: con miedo, con el deseo de someter y de poseer. Pero tras la cámara, descubrió que podía ser parte de ese mundo sin alterarlo, observándolo con respeto y en silencio, convirtiéndose en una más de las siluetas que surcan el profundo. Realmente le cambió la vida.

Vida acuática

Bernardo y Valerie han viajado y conocido los mares de Islas Galápagos, la Polinesia Francesa, Indonesia, el Caribe, y otras costas. Bernardo, siempre fotografiando. Empezó a escribir artículos sobre la riqueza del mar y la necesidad de conservarla. Vendía fotos, daba conferencias sobre su experiencia. Y quiso hacer algo aún más importante: hace diez años fundó The Living Oceans, una ONG conservacionista que educa y crea consciencia a través de la fotografía submarina.

Hoy, el fotógrafo se encuentra a puertas de uno de sus proyectos más ambiciosos: en el marco de la COP20, su organización se ha aliado con el Ministerio del Ambiente, el de Producción y el Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas para presentar el libro de fotografía submarina “Frágil”, en el que otros once fotógrafos acompañan a Sambra con sus obras. Este lanzamiento se completa con dos exposiciones dedicadas a narrar la belleza y fragilidad del mar. La primera de estas exposiciones se inaugura el 6 de diciembre en el ICPNA de Miraflores (Av. Angamos Oeste 160).

“Me di cuenta que podía traer ese mundo a la superficie sin tocarlo ni dañarlo, solo a través de mis fotos”, dice Bernardo Sambra, con un alivio que aún hoy se siente. El niño que miraba imágenes de tiburones en las revistas, encontró su lugar en el mar.


*Artículo publicado en la primera edición de la Revista LI MAG, noviembre 2014.