“Muchas gracias por tu correo electrónico, y por tus palabras. Significan mucho para mí. El arte es muy importante en mi familia, como verás. Mi tío es pintor y mi madre lo era”.
Emmanuel Polanco escribe desde París. Ha contestado casi de inmediato a mi correo. Lo ha hecho en inglés para que la conversación pueda ser más fluida; solo ha usado algunas palabras en su nativo francés, y otras muchas en castellano, idioma que entiende casi a la perfección pero que habla con dificultad.
Es un ilustrador prolífico y sus expresivos collages suelen ser comentados en medios digitales aficionados al arte contemporáneo. Polanco produce imágenes cuyas formas simples contienen, a la vez, historias profundas: por la complejidad emotiva que las origina, y porque parecen llegar desde otro tiempo. De hecho, una sensación de melancolía las acompaña siempre. La belleza de sus piezas es notable. Tanto como su intrínseca tristeza.
El diseñador se ha hecho conocido por sus portadas para editoriales como Random House, Penguin y Gallimard. También por sus afiches para la Royal Shakespeare Company, y por sus continuas colaboraciones para medios como Les InRockuptibles, Los Angeles Time y Time Magazine. Quizás se haya visto su arte, inadvertidamente, en el álbum Black Gives Way To Blue, de la banda Alice in Chains.
Pero no es mucho lo que se sabe sobre Emmanuel Polanco. Pese al interés que concita, a él no le gusta discutir sobre su trabajo. Ni sobre su vida. Por eso, mi mail es un breve saludo que no espera respuesta; es el agradecimiento de una desconocida que aprecia su obra y que le cuenta, como curiosidad, que lleva el apellido de un reconocido artista que crea, al otro lado del mundo.
“Conozco perfectamente a Enrique Polanco. Lo conozco porque es mi tío, hermano de mi padre”.
“Usualmente no acepto entrevistas… Pero esta vez, ¿por qué no?" Emmanuel acepta porque soy peruana, como su padre. Porque puede preguntarme cómo es el verano en Lima. Y quizás porque quiere detenerse en las imágenes de un país, Perú, que ha construido como sus collages: con retazos de recuerdos que pertenecen a su infancia, a fotografías de Martín Chambi, y a versos de Chabuca Granda. Con imágenes que también provienen de otro tiempo.
- Entre París y Lima
El 18vo distrito de París transcurre sobre la orilla derecha del Río Senna. Conocido como el arrondissement des Buttes-Montmartre, todavía lo recorre el espíritu de su antigua bohemia: es un distrito de arte y de terrazas para beber vino. Es donde nace Montmartre, la colina que conduce a la Basílica del Sagrado Corazón, y donde aún funciona –aunque nunca como en su belle époque- el Moulin Rouge. Es en ese distrito, en un pequeño departamento típicamente parisino, donde vive y crea Emmanuel Polanco.
Nació en Francia, en 1977. Ese mismo año viajó a Perú para ser bautizado. Es la única vez que ha visitado el país de su padre, Jorge Polanco, científico y hermano del pintor Enrique Polanco. Su madre, Sylvie, era una artista francesa. “Soy una mezcla. Tengo la nacionalidad francesa, pero por dentro siento que soy de otro lugar: no soy completamente francés ni completamente peruano. Pero, a la vez, me siento tan francés como peruano”, escribe Emmanuel.
La ventana de su sala da a la calle, y mientras dibuja, deja que lo acompañen los ruidos de la ciudad. Le gusta vivir en París. Sin embargo, si levanta la vista lo único que puede ver es el espeso árbol que ocupa todo el espacio del marco. “A veces me siento como un árbol plantado en el lugar equivocado. Pero cuando esta sensación me sobrecoge, recuerdo mis raíces. Y me siento orgulloso”.
Suele tomar siestas en el sofá de su sala, y antes de dormirse observa el árbol en su ventana; el reflejo del sol atraviesa sus hojas y lo alcanza incluso a él.
Explica que para crear necesita tener ciertos “tótems” alrededor: algunas fotos personales, libros, sus discos de vinilo. La silla en la que trabaja también es importante: se trata de una pieza de madera de estilo español, que hace mucho ruido al moverse. Es pesada e incómoda, pero le recuerda a las sillas coloniales de la antigua casa de sus padres. Piensa en aquellas noches en las que se escondía bajo la mesa para escuchar la conversación entre sus padres y otros amigos peruanos que vivían en París. Recuerda la mezcla de castellano y francés, y la música sudamericana que sonaba. “El tiempo dejaba de existir. Recuerdo escuchar sobre García Márquez, Borges y Cortázar. Oigo a mi padre hablando sobre física cuántica, Einstein y Niels Bohr. Él, un hombre de ciencias que nunca se olvidó de las emociones. Mi madre, una artista con sentimientos en su estado más crudo. Ella me puso el lápiz en la mano”. Jorge Polanco aún vive en París. Y Sylvie murió en diciembre del 2009. Emmanuel ha necesitado varios días para escribir sobre sus padres.
“Me tomó mucho tiempo entender mis raíces. Entender que no soy francés, y que la historia de Francia no es la historia de mi familia ni la mía. Mi historia es mucho más compleja”.
Me cuenta que una noche, mientras evocaba aquella historia para tratar de ajustarla en un correo electrónico, el modo aleatorio de su reproductor de sonido eligió una canción de Chabuca Granda. Emmanuel es un hombre que cree en los signos. “Parece que mi equipo quiere que tenga una noche peruana”, escribe en su post-data.
- Del caos a la coherencia
Emmanuel Polanco aprendió a dibujar copiando fotos de Martín Chambi, y también pinturas de artistas que conocía en los museos a los que sus padres lo llevaban: Da Vinci, Goya, Van Gogh y Picasso. A los dieciséis años entró a una escuela de arte. Descubrió el Surrealismo y el Dadaísmo. Empezó a experimentar con el collage, influenciado por el trabajo de Rauschenberg, Ernst y De Chirico. Estudió diseño gráfico y tipografía, y en sus primeros collages no usaba más de tres o cuatro colores.
Otro gran interés de Polanco es la literatura. Encuentra que las palabras son más poderosas que las imágenes. Las palabras le dan ideas; necesita palabras para crear.
Le comento que sus imágenes parecen creadas por capas, una sobre otra. Me responde pidiéndome que imagine una casa. Una vez dentro de ella, nos encontramos con una habitación, y en esa habitación, una puerta. Al abrirse la puerta, entramos a otra habitación, con otra puerta. Y así. Cada vez una nueva escena y, tras la puerta, una nueva historia. “Me gusta pensar que las capas están superpuestas pero también ligadas, para formar la imagen completa”, reflexiona Polanco. Usa pintura, lápiz y tinta, dependiendo de lo que las capas le pidan. “Y voy del caos a la coherencia, porque así es la naturaleza. Incluso si, al final, la imagen parece una ilusión”, explica. Y continúa: “Hay muchas historias latentes. Quizás no ofrezco muchas claves para entenderlas, pero me gusta pensar que mi obra es abierta”. Como la puerta de cada habitación que él mismo atraviesa.
- País imaginario
La conversación despierta otro recuerdo. Tenía unos diez años. Su tío Enrique, padrino de bautizo a quien no conocía, se detuvo en París a su regreso de una estadía en China. Le trajo como obsequio un quipao (un traje tradicional chino semejante al kimono japonés) de color rojo, con un dragón bordado en la espalda. “Me sentía tan orgulloso”, recuerda Emmanuel sobre el regalo. No mantiene una relación con su tío paterno porque así es, a veces, la distancia, la familia y la vida. “Pero conozco sobre su arte y amo lo que pinta. Como artista, siento mucha admiración por él”, asegura.
“La última vez que lo vi fue en 1988, cuando me detuve en París”, dice, al teléfono en su casa de Barranco, el pintor Enrique Polanco. “Pero sentía curiosidad y busqué sobre él y su obra. Por lo que he podido leer, su trabajo es muy conocido. Y verdaderamente, es un buen artista. Es un chico sumamente talentoso”. Polanco, el tío, me pregunta cuál es el link a la página de Facebook de su sobrino francés. Y me pide que no olvide enviarle el artículo, una vez que se haya publicado.
“Tengo la necesidad de ir a Perú, pero a la vez tengo miedo”, escribe Emmanuel en una de sus últimas comunicaciones. “Me he formado muchas proyecciones sobre lo que es el Perú, creadas a partir de personas que han vivido ahí, de mis padres, y de sus amigos. Pero sé que iré pronto. Como un árbol, quizás allá encontraré la tierra que mis raíces necesitan”.
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El invierno ha llegado a París. También a su 18vo distrito, a un lado del Senna. Si bien la mayoría de sus ilustraciones las trabaja en la sala de su departamento, Emmanuel prefiere hacer sus collages en otro espacio, uno más íntimo: su propio dormitorio. Trabaja en un estrecho escritorio, y se sienta en una silla igual a la que tiene en la sala. Afirma que este lugar es un desorden que solo él puede controlar. En los cajones guarda recortes, papeles antiguos, grabados, tinta, goma, tijeras, y más. “Te lo dije: voy del caos a la coherencia”, apunta. Las palabras de Emmanuel son tan potentes como sus imágenes. Con ellas ha reconstruido su mundo para compartirlo. Es lo que hace cada día, en su departamento parisino. Donde a veces puede oírse a Chabuca Granda.
*Nota originalmente publicada en la edición de enero de la Revista Cosas.