Juan Gelman estaba de paso en Barcelona, en setiembre del 2011, y se tomó un tiempo, aquella tarde, para hablar con paciencia y humor para unos 50 estudiantes y profesores de la Universidad Pompeu Fabra. A su lado estaba Juan Villoro, escritor mexicano, hermano de tierra por elección del poeta, quien leyó una semblanza titulada “El cielo de Juan sin tierra”. Dijo que Gelman conocía “la secreta dulzura del dolor”, pero que también sabía de vuelos, de pájaros, de cielos.
Mientras tanto en Argentina, el dictador Videla estaba siendo juzgado, una vez más, por delitos de lesa humanidad. Ya en 1983 había sido hallado culpable y condenado a prisión perpetua, sólo para ser indultado por Menem en 1990, tras cumplir 5 años de prisión efectiva. La impunidad es un peligro latente, y eso se sabe muy bien cuando en el Perú de un Fujimori juzgado y condenado, por aquella misma época en que Gelman se sentaba a conversar sobre su obra y sobre su vida, un decreto derogado pretendió limitar los procesos contra militares y policías acusados de delitos contra los derechos humanos. “¿Hay que romper la memoria para que se vacíe/ como un vaso roto?”.
Pero Juan Gelman siempre supo lo que significaba el éxodo. Fue el primer argentino de su familia: el resto de los suyos eran judíos ucranianos, salidos de una Rusia de revolución y pogromos. Su hermano mayor, recordó aquella tarde en Barcelona, le leía poemas en ruso. Décadas después, ya poeta y periodista comprometido activamente con el cambio político, volvió a conocer el exilio. En 1976, mientras estaba fuera del país denunciando la violación de derechos humanos, la dictadura militar encabezada por Jorge Rafael Videla robó de su propia carne: su hijo Marcelo y su nuera embarazada, de 20 y 19 años, fueron secuestrados y asesinados. A Gelman le quedó un nieto perdido. Perdido entre la memoria de 30 mil desaparecidos, entre la impotencia. Y el dolor. “Cuando el dolor se parece a un país/ se parece a mi país” ("País que fue será", 2004), había escrito.
El poeta vivió en Roma, París y Nueva York, para afincarse en México, aún después que Alfonsín le permitiera la entrada en 1988. Guardó silencioso luto, y luego, en 1980, volvió a publicar. Buscó lo que quedaba de su hijo, y encontró su cuerpo en 1990, y luego a su nieta, viva, 10 años después. El pasado 15 de enero, Maria Macarena viajó de Montevideo a México para asistir al funeral de su abuelo recuperado. Su apellido ha vuelto a ser, desde hace unos años, Gelman.
“La palabra atraviesa a los poetas. La poesía es otra cosa, no es un panfleto de denuncia. Pero la poesía política está denigrada en estos momentos”, dijo el poeta a su audiencia. Luego pidió que le hicieran preguntas.
- ¿Cuáles son las armas de la poesía?
- La poesía es desarmada: suponer que cambia las cosas es mucho suponer. Un poema se escribe en una hojita de papel: nadie nunca se ha desmayado al ser golpeado con eso. Lo que pienso es que la poesía enriquece al ser humano, lo ayuda a cambiar. En ese sentido, puede haber transformaciones que pueden llevar a una lucha digna contra la injusticia.
Porque sí: el poeta conoció el dolor. Pero también supo de vuelos, de pájaros, de cielos. Por eso lo dijo Villoro, en sus palabras finales, sentidamente aplaudidas por el auditorio y también por ese mismo a quien aludían: “hay que levantar la vista, para ver a Juan Gelman”.
*Foto: Héctor Río para Revista 32 Pies.