Su biblioteca ocupa dos paredes, del suelo al techo, de un ambiente contiguo al área social de su departamento. Al otro lado de la sala, las mamparas de vidrio dejan ver el parque que se alza. Mientras relee Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, puede adivinarse que María Laura Hernández de Agüero levanta la vista del libro de tanto en tanto, y la descansa mirando las ramas que alcanzan su piso. Había estado leyendo hasta que sonó el timbre. La luz de la lámpara aún está prendida.

María Laura señala el sofá, se sienta. Está a punto de ser entrevistada. Pero durante mucho tiempo, fue ella quien hacía las preguntas.

el sonido del silencio


Fue una mala alumna en el colegio, una alumna con muchos problemas. A una niña como ella, hoy en día, le diagnosticarían Trastorno de Déficit de Atención. Al menos eso es lo que María Laura piensa. Llevó cursos libres de Literatura durante un par de años. Pero se casó muy joven, y muy pronto también tuvo a sus dos hijos. Así que tuvo que dejar la universidad. Le gustaba el cine europeo, y la fotografía, y se acercó a esta última de manera instintiva. “Tomaba fotos por intuición”, recuerda María Laura. “Y poco a poco fui aprendiendo”.

A finales de los ochenta consiguió entrar a la revista Somos como fotógrafa. Solía acompañar a los redactores en sus comisiones, y seguro observaba silenciosa tras su cámara. Pero las palabras comenzaban a ordenarse. Pronto, María Laura empezó a escribir notas cortas. Seguía fotografiando.

Entonces le tocó hacer el retrato de César Hildebrandt. En ese entonces, el reconocido periodista era la cabeza de En Persona, el programa político más importante. Era el año 1990: Vargas Llosa acababa de perder las elecciones ante Fujimori, y el escenario social y económico era caótico. Hildebrandt había leído algo de lo que Hernández de Agüero había escrito. Ahora la conocía. “Necesito una chica como tú”, le dijo.

Por supuesto, María Laura nunca había trabajado en televisión. El resto de reporteros había estudiado periodismo, tenían práctica y calle. Ella no. Su primera prueba fue acompañar a Nicolás Lúcar –quien por entonces era el principal reportero del programa- a hacer el recorrido por el que Víctor Polay Campos había fugado del penal Castro Castro. María Laura lo recuerda: ella y Anel Towsend fueron las únicas mujeres entre los demás periodistas y policías. “¿Cómo es posible que Hildebrandt te mande a ti?”, le preguntaban algunos, asustados. “Pero yo no soy temerosa ante los retos”, explica María Laura. “Claro que fui bien vestida, con mi jean limpiecito, peinada… Llegué al final del túnel y aparecimos en medio del patio de Castro Castro, rodeados de presos que daban gritos”. Se ríe. Había empezado su aprendizaje.

“Hildebrandt era extremadamente exigente y temperamental, y yo no tenía idea de cómo hacer un reportaje”, explica María Laura. “No podía preguntar a los demás periodistas porque cada quien estaba ocupado en lo suyo. Nuestro ritmo de trabajo era frenético, nadie tenía tiempo”. Con una decisión que parecía contradecir su natural timidez, averiguó el teléfono del productor Alberto Rojas –quien luego se haría conocido, sobre todo, por ser el productor de Laura Bozzo-, se presentó, le explicó la situación, y le pidió su ayuda. Rojas la citó en el café Haití, y ahí mismo armó para ella la estructura de un reportaje. María Laura lo tenía apuntado todo en un papel y aún así le temblaron las manos cuando llegó el momento de poner las enseñanzas en práctica. Así realizó su primer reportaje propio: una nota sobre niños autistas.

La intuición de María Laura, inspirada por el cine que le gustaba y limpia de cualquier maña del oficio, generó un reportaje de imágenes sensibles, cálidas. “Lo mío no era el reportaje frío, que informaba”, señala la periodista. “Empecé a incluir música, cámara lenta, voces en off, y silencios. Quería darle un tono artístico a los reportajes”. En las notas de María Laura se escuchaba música clásica, jazz y composiciones de Phillip Glass. Entrevistaba a artistas, escritores y bailarines. Y en una oportunidad, Ricardo Blume escribió una columna elogiando la presencia de tal material en un programa de televisión.

Al comienzo quizás sintió la necesidad de demostrar que era inteligente, hábil, ingeniosa. Tanto como otros periodistas de mayor experiencia. “Te estás disforzando”, le advirtió César Hildebrandt. Entonces ella entendió que su voz solo debía escucharse para ayudar al otro, al entrevistado, a hablar.

María Laura Hernández de Agüero había sido una mala estudiante en el colegio, y el tiempo no le dejó completar una carrera universitaria. Pero en la observación y el silencio había encontrado la mejor manera de aprender.

lecciones de pantalla chica


Un año y medio después, el canal cerró En Persona, y estrenó La Revista Dominical. Le pidieron a María Laura que se quede. Ella había empezado a madurar: se dio cuenta que le estaba dando mucho peso a la imagen, y que debía enfocarse más en el contenido. Perú estaba saliendo del conflicto armado, y existía mucha pobreza y problemas sociales. Así que María Laura empezó a responder a denuncias de ese tipo y a buscar temas de interés social.

Hizo notas sobre desnutrición en los Conos. También un reportaje sobre la tuberculosis en Zapallal, Puente Piedra. Se internaba en otras realidades, distintas a aquella en la que había vivido siempre. Y dejaba que esas realidades la golpearan. “Para mí fue muy importante”, reflexiona. “Me enseñó una cara del país que yo ya sabía que existía pero que no había vivido”.

“Si algo le agradecemos mi hermano Joaquín y yo, es que mi madre nos obligó a entender la complejidad de la ciudad y el país en el que vivimos”, afirma Augusto Rey, hijo mayor de María Laura, y joven político y funcionario público. “Nuestra realidad era muy cómoda, pero nunca quiso que nos quedemos en nuestra burbuja. Nos movíamos por todo Lima y nuestra casa en Barranco estaba abierta para todos. Había una lógica de comunidad e igualdad que marcó mi forma de entender las relaciones humanas y de sociedad”.

El enfoque humano de María Laura se hizo conocido. Recibió, por ejemplo, un premio de UNICEF por una nota sobre mujeres maltratadas en el Perú. “Vivimos en un país injusto”, sentencia la periodista.

Durante sus siete años en La Revista Dominical pudo conocer a personajes entrañables como Julio Ramón Ribeyro, escritor conocido por huirle a las entrevistas, quien, sin embargo, le contó a María Laura de su afición por los boleros y por el merengue de Juan Luis Guerra, y accedió a pasear con ella –y con su cámara- por la playa. También pudo conocer a personajes determinantes para la historia política del país. Durante dos días acompañó al entonces Presidente Fujimori: Viajó con él, presenció su manera de relacionarse con su entorno, conversó con el hombre que se mostraba desconfiado la mayor parte del tiempo… excepto al momento de mostrarle la corbata que Menem, su par argentino, le había regalado. “Me pareció una persona impenetrable”, dice hoy, María Laura.

“No eres para eso”, le aconsejaban algunas personas de su entorno, preocupados por los lugares a los que María Laura iba, por los temas que tocaba y la gente que conocía. “No eres para eso, me decían. ¿Y por qué no?, replicaba yo. Todos somos para todo”, afirma ella.

Pero quizás se equivoca. Hacia finales de la década del noventa, cuando el rating tirano levantaba voces por encima del silencio reflexivo que María Laura había querido preservar, ella supo que la televisión ya no era para ella.

sexto sentido


“Si una habilidad especial tiene mi mamá es la de percibir lo que una persona está sintiendo”, continúa Augusto Rey, su hijo. “Es muy perceptiva y creo que por eso sus reportajes tenían tan buena acogida: por un lado tocaban el corazón y por otro mantenían un tono que permitían conectar con distintos públicos”.

Antes de abandonar por completo la televisión, María Laura hizo un par de documentales (El Peruano del Milenio y Los 40 años de la televisión) y condujo un programa de arquitectura y diseño. Luego, volvió a las ocasionales colaboraciones escritas con revistas. Hasta ahora escribe. Y disfruta de un horario más descansado. Que le da tiempo de hacer otras cosas. Como leer, por segunda vez, Memorias de Adriano.

Siente que se fue en un buen momento. Reportajes como los que ella hacía probablemente ya no tendrían cabida hoy. “Me parece terrible que ya no haya espacio para la reflexión. Todo lo que se busca es divertir. Se apela al facilismo. Y se subestima al público, a su curiosidad y sensibilidad”, dice María Laura, con esa percepción que su hijo mayor elogia. Está segura de que ya no podría volver a la televisión.

Como antes, sabe cuándo es necesario guardar silencio.


* Una versión de esta nota fue publicada en la Revista Asia Sur de enero.